Sabemos que el aislamiento es una fuerza potente en el abuso sexual infantil. Aunque a veces puede ser protector, también puede impedirnos sanar plenamente. Nuestra curación comienza cuando alguien que ha sufrido daños sexuales revela por primera vez lo que ha vivido, y somos testigos de otra persona dispuesta a compartir la experiencia sin juzgarla y con profunda compasión.
Comenzamos en espacios de afinidad con otras personas que tienen una experiencia similar a la nuestra, pero con el tiempo pasamos a una fase en la que podemos abrirnos al impacto negativo que el abuso sexual infantil ha tenido en otras personas de un sistema familiar. A veces esto puede ocurrir en una sola familia, pero a menudo sucede con las personas de otras familias que se han presentado al trabajo.
Hacer que una persona que causó daño se comprometa en su proceso de rendición de cuentas en presencia de alguien que fue dañado puede ser una experiencia profundamente sanadora. Un padre no agresor que está haciendo el duro trabajo de aprender y sanar, sentado con alguien cuyo padre no agresor no está dispuesto a hacer el trabajo, puede ser una experiencia reconfortante que conduzca a una profunda sanación.
No podemos curarnos solos, y no perdemos mucho tiempo preocupándonos por los que no quieren hacer el trabajo, cuando tenemos una comunidad llena de los que sí lo harán.